A un amigo, Ramón

Víctor A. Díaz Calle

La vida tiene momentos de encuentros y partidas, pero creo que sólo estamos preparados para las despedidas temporales, las que nos permiten anticipar la alegría del reencuentro. No estamos en absoluto preparados para estas otras despedidas, donde el reencuentro será sólo con los recuerdos, donde el dolor de la partida es tan grande que se hace imposible traducirlo en palabras. Donde los recuerdos atesorados de tantos momentos compartidos, a lo largo de tantos años, parecen esconderse en lo más recóndito de la memoria hasta hacerse casi inalcanzables.

Ramón Fue al mediodía, allá por el mes de abril, cuando una llamada telefónica me comunicaba que te habías ido para siempre. Como siempre en estos casos, la primera reacción fue de incredulidad, de asombro. ¿Ramón?, no puede ser. Se me agrió la comida y durante toda la tarde un sinfín de recuerdos y vivencias comunes fueron pasando por mi cabeza.

Ramón, aquel día desfilaron imágenes y recuerdos de todo tipo. Los primeros fueron aquellas largas tardes en el garaje de tu padre, arreglando los pinchazos de las bicicletas. Por aquellos tiempos dominabas el tema como nadie, eras nuestro maestro y con tus enseñanzas aprendimos a poner un parche en una rueda, arreglar los rodamientos de un piñón pasado o ajustar unos frenos de varilla que casi nunca funcionaban.

Unos años más tarde te fuiste a Plasencia. Carlos y yo esperábamos con ansia que llegase el viernes, el fin de semana lo pasábamos jugando a las máquinas de los petacos, fumando aquellos primeros Ducados a escondidas e intentando que nos dejasen entrar en el baile para bailar los sueltos con las mozas. Los agarraos vendrían un poco más tarde.

No puedo olvidar tampoco que también compartimos madrugones para ir a coger cerezas juntos. La frondosidad de aquellos cogollos nos permitía pasarnos los cigarros sin que abajo, en el tendal, nadie se enterara. Cómo disfrutamos con aquellas competiciones para ver quién llenaba antes la cesta... No sé si porque eras un poco mayor o porque estabas más dotado, pero Carlos confirmará que casi siempre ganabas tú.

Recuerdo también con especial nostalgia aquellas noches de "guateques" con el "Jardín prohibido" sonando en el cassette, en los canchales del cementerio. Aquellos primeros besos a las chicas, propios de nuestra inocencia casi infantil todavía, en el juego de la cerilla. Cómo olvidarlos.

Ramón En cualquier repaso que haga a mis recuerdos, me resultaría imposible no mencionar aquellas tardes en las que, siendo aún chavales, te vestías de Jarramplas. Un traje hecho a tu medida de entonces, una máscara, un tamboril y muchísimas ganas nos servían para rememorar lo que unos días antes o después veíamos hacer a nuestros mayores. Trozos de nabos, tronchos de mazorcas o de coles, patatas, nieve…, cualquier cosa nos servía para disfrutar de aquel nuestro juego favorito en cuanto el 20 de enero se aproximaba. Desde temprano te vino aquella afición de hacer de Jarramplas y con orgullo la exhibías. Lo llevabas en la sangre, eras hijo y nieto de Jarramplas y cumpliste tu sueño de ser "Jarramplas oficial" en 1983, por primera vez, y en 1988, cuando repetiste. Como alguien dijo ya, mientras en Piornal siga celebrándose Jarramplas, tú estarás presente en el corazón de todos los piornalegos.

Son muchos, muchísimos los recuerdos compartidos que se me agolpan, tantos que soy incapaz de reprimir mi tristeza mientras escribo estas líneas. Sirva para expresarla este pequeño fragmento del "Poema de la despedida" de José Angel Buesa

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Ramón, los de entonces te echamos mucho de menos, puedes estar seguro que seguiremos sintiendo tu presencia entre nosotros para siempre. Donde estés, un abrazo. Otro muy fuerte para ti, Isabel.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2003