Diario Hoy
Lunes, 20 de enero de 2003

Aunque la festividad de San Sebastián es hoy, el ambiente ocupó ya el fin de semana

Cada vez se apuntan más personas a esta especie de 'terapia colectiva'


Soledad Garaizábal. Jerte
Diario HOY

Como ser Jarramplas oficial es un privilegio al que sólo pueden optar dos hombres al año, el día 19 se abre la mano y hasta once vecinos tienen el honor de reencarnarlo. Las casas y los negocios intentan protegerse del impacto de los nabos y, para evitar la rotura de cristales, ventanas y puertas, lucen curiosas protecciones.

En la mañana de ayer los voluntarios de Cruz Roja atendieron a doce personas con golpes y magulladuras. Un vecino sangraba abundantemente por la nariz tras ser alcanzado por el brutal impacto de uno de los tubérculos. Otro se hizo un esguince. Las cámaras de televisión y los fotógrafos que se habían desplazado hasta esta localidad para cubrir el evento encontraron serias dificultades para captar buenas imágenes del Jarramplas sin resultar lapidados. Hay un chico en Piornal que perdió el 70% de la visión en uno de sus ojos cuando años atrás al recibir el impacto de un nabo. Ante las posibles consecuencias que se derivan de tan peculiar fiesta, el Ayuntamiento y la Concejalía de Festejos advierten en un bando que «todas aquellas personas que participen en la festividad del Jarramplas lo harán bajo su propia responsabilidad».

Pese a todo, nos gusta

Algunos de los heridos manifiestan que, «pese a todo, el Jarramplas me gusta». Otros piensan que las consecuencias son 'gajes de la fiesta' y el orgullo se dispara al hablar de las personas venidas en esta ocasión: hasta dos autobuses desde Madrid, otro con 25 personas desde Torrejoncillo, además de los coches particulares que llegaban a Piornal desde diversos puntos de la comarca.

El alcalde, Ángel Rama, reconoce que la fiesta de hoy día «no se parece en nada a la que recuerdan los mayores». Antes, Jarramplas y vecinos jugaban a las persecuciones por las calles del pueblo. Los mayordomos defendían al Jarramplas armados con cachiporras y los nabos se tiraban desde 20 ó 30 metros de distancia. Las fuerzas estaban más igualadas y los vecinos tenían que ingeniárselas para darle: tenían que correr detrás de él, esconderse y sorprenderle desprevenido. Hoy, el Jarramplas se enfrenta a una muchedumbre que le cerca a menos de tres metros. Recibe a la vez el impacto de los nabos venidos desde todas direcciones. El mismo traje de fibra de vidrio que le protege de los golpes le impide correr. No hay posible escapatoria para él, sólo le queda 'aguantar la machaquina' y, a lo sumo, dejar de tocar el tambor en señal de rendición.

La fiesta tiene cada año más fuerza. Hasta los niños juegan al Jaramplas confeccionando caretas con cajas de cartón y recogiendo del suelo restos de nabos tratando imitando a los mayores. De entre todas las versiones que bucean en los orígenes de la fiesta, la de escarnio al ladrón de ganado parece ser la de más peso.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2003