«Es impresionante, es una fiesta para vivirla, nos está entusiasmando, repetiremos seguro, volveremos».

Julio y Carmen, de Olivenza, estuvieron ayer por primera vez en el Jarramplas, la fiesta de Piornal que ha sido declarada de interés turístico nacional, y sintieron, también por primera vez, cómo la adrenalina se apoderaba de sus cuerpos cuando los piornalegos levantaron los brazos, nabo en mano, y comenzaron con la cantinela: «Que viene, que viene, que viene...».

Es el grito de guerra, el preámbulo de la batalla. Cuando se anuncia que restan solo segundos para que Jarramplas salga del bar, la cochera o la casa en la que ultima la colocación del pesado traje, más de 30 kilos sobre el cuerpo, con el que hacer frente a la descarga de nabos que tendrá que soportar. Durante diez, quince, veinte minutos..., lo que tarde en llegar hasta el siguiente punto de descanso, donde otro Jarramplas le estará esperando dispuesto a colocarse la armadura de fibra de carbono, el traje de cintas multicolores y la máscara cónica con cuernos, nariz y crines de caballo colgando.

Entonces este otro volverá a escuchar el grito de guerra de los piornalegos, al que se sumarán los visitantes, y sabrá que la descarga va a comenzar, que tendrá que aguantar una lluvia de nabos hasta que logre llegar al siguiente punto de descanso y relevo. Desde la primera hasta la última fila de los agolpados frente a la puerta de salida del Jarramplas lanzarán con fuerza y buscarán el mejor ángulo para atinar al cuerpo, la nariz, los cuernos... y hacer justicia a base de nabazos.

«No hay ningún Jarramplas igual y la emoción se siente en cada salida, porque en cada una de ella piensas cómo lanzar». Javier es piornalego y ayer, al igual que Carmen y Julio, sintió la adrenalina. «Da igual que sepas cómo va la fiesta», garantiza.

Su puntería y la de algunos otros lograron romper ayer los cuernos y la nariz de algunas de las nuevas máscaras que se estrenaron con un material diferente al de la fibra de vidrio que habitualmente soportaba la lluvia de nabos. Una resina que permitió romper los elementos de la máscara, pero que, al igual que la fibra de carbono de la armadura, hizo posible que los Jarramplas que ayer salieron a las calles de Piornal se movieran con mayor facilidad o, cuando menos, menor dificultad que en ediciones anteriores, lo que les ayudó a sortear la nieve y el hielo que ayer copaban gran parte de las callejuelas por las que discurrió la fiesta. Porque la nieve llegó el día antes a Piornal y las bajas temperaturas que ayer continuaron no ayudaron a mejorar las vías. No obstante, y a pesar de que la nieve marcaba la subida al pueblo unos tres kilómetros antes de alcanzar Piornal, la labor de Juanma, encargado de la quitanieves del pueblo, consiguió que el acceso seguro a la localidad estuviera garantizado en todo momento.

Por ello fue posible la fiesta, un estreno por todo lo alto de la declaración de interés nacional, con un Piornal entregado a la lluvia de nabos, con un Jarramplas dispuesto a no dejar de tocar su tamboril y hacer posible que la adrenalina calentara el cuerpo de oriundos y foráneos. En el fragor de la batalla el frío era lo de menos.