Los ensayos como rito etnomusical previo a la fiesta de Jarramplas.
En torno a las Alborás de Jarramplas, la Rosca
de San Sebastián y la Ronda del día 20
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Rosario Guerra Iglesias
Universidad de Extremadura
Sebastián Díaz Iglesias
Doctor por la Universidad de Extremadura
Ldo. en Antropología y Psicología
Profesor en I.E.S.

Resumen

Cada 19 y 20 de enero, Piornal, población serrana del norte cacereño, situada entre las Comarcas del Valle del Jerte y de la Vera, vive el ritual festivo de Jarramplas, hoy en día, sin duda, uno de sus elementos identitarios fundamentales. En los dos días de ritual asistimos a ciertos momentos en los que el componente musical cobra una especial relevancia, con dos cantos exclusivos de esta fiesta, las Alborás y la Rosca, cantos modales con una especial forma de sonar, y un tercero, de carácter rondeño, también característico de otras situaciones, del que la gente habla con el nombre de la Ronda.

Se trata de tres cantos perfectamente conocidos por los piornalegos, especialmente las Alborás y la Rosca, que se repiten cada año durante la fiesta (la canción de la Ronda varía de un año para otro), y cuyas tonadas los más pequeños suelen aprender antes incluso que la misma habla. A pesar de ello, los días previos a la fiesta se siguen llevando a cabo los ensayos de estas canciones, algo aparentemente innecesario. En la presente comunicación pretendemos recoger una descripción de estos ensayos, dónde y cómo se desarrollan, qué personas participan en ellos, etc., así como unas interpretaciones en torno a su funcionalidad social y musical.

Situando el ritual

Jarramplas es el nombre de una fiesta que tiene lugar cada 19 y 20 de enero en Piornal, pequeña localidad serrana extremeña que da vistas a las comarcas cacereñas del Valle del Jerte y la Vera. En este ritual dos personajes comparten protagonismo: San Sebastián y Jarramplas. Un tercero, el Mayordomo, es el encargado de la organización y gastos que acarrea la fiesta.

La presencia de San Sebastián en la fiesta se manifiesta en ritos como Bajar y vestir al Santo, la Procesión, el Besapiés y la Subida del Santo al Trono, todos acompañados del canto de las Alborás, y en la Misa Mayor, con el canto de la Rosca. Estaríamos ante el componente religioso de la fiesta, en el que también participa Jarramplas, devoto y sometido al Santo, símbolo del bien, siempre sin su máscara característica y sin dejar de tocar el tamboril.

Cuando Jarramplas (hombre vestido con una chaqueta y pantalón del que penden cientos de cintas de colores) se pone la máscara, aparece ese carácter más pagano y ancestral que tiene el ritual. Lejos de la interacción con el Santo, ahora Jarramplas se convierte en un personaje que simboliza el mal y que se presta a ser, en estos dos días, el blanco de las iras de piornalegos y visitantes que descargan en él su agresividad, en una auténtica lapidación con miles de kilos de nabos.

Los ensayos: un rito musical prefestivo

Concluidas las fiestas navideñas, ya apenas quedan unos días para el 19 de enero y el ritual festivo de Jarramplas está llamando a las puertas. En Piornal, muchos piornalegos y algunos visitantes van a ir a casa del Mayordomo a ver las máscaras, el traje, los tamboriles, y demás preparativos que desde noviembre aproximadamente se han venido llevando a cabo para esta fiesta; pero también se acude a presenciar lo que la gente da en llamar, los Ensayos.

Entre seis y doce días antes de la fiesta comienzan estas reuniones colectivas con el canto como núcleo central. Se trata de un rito que tiene lugar cada año en casa del Mayordomo, en el que bajo la atenta mirada de todo aquel que desee ejercer de público, un grupo de mujeres jóvenes, acompañadas al tamboril por Jarramplas, entonan una serie de canciones, que posteriormente sonarán en momentos concretos de la fiesta. Se trata de las Alborás, canto que se escuchará la tarde del día 19 en la iglesia durante el rito de Bajar y vestir al Santo (San Sebastián), como alborada (de ahí el nombre del canto) nada más sonar las campanadas de las doce de la noche por las calles del pueblo, antes de la Misa Mayor del día 20 en la Procesión, y por la tarde de ese mismo día, en la iglesia, en el Besapiés y la Subida del Santo al Trono; la Rosca, canción exclusiva del momento final de la Misa Mayor, y la Ronda, tonada variable cada año, que engalana las calles del pueblo con sus sones al mediodía del día 20.

A nadie que haya estado en Piornal se le puede haber pasado por alto la gran importancia que la música tiene en los diferentes rituales que a lo largo del año tienen lugar en esta localidad "En Piornal todo acontecimiento festivo tiene un componente musical determinante sin el cual no se pueden entender las fiestas (...) Hoy día, en las postrimerías del siglo XX, aún son muchos los estudiosos del folklore musical extremeño que consideran a Piornal como uno de los principales focos de música tradicional viva en nuestra comunidad autónoma, tanto por la cantidad de sus cantos como por la buena calidad de conservación de estos" (Guerra 2000: 734).

Los intérpretes en los Ensayos

Durante la fiesta de Jarramplas se canta en diferentes momentos, como ya hemos dicho, y aunque generalmente se trata de unas tonadas abiertas a la interpretación colectiva, por parte de toda aquella persona que desee cantar (del pueblo o forastera, de cualquier edad y género), bien es cierto que cada año un grupo de cantoras es el que va a llevar el peso del componente musical del ritual. Junto a éstas una figura curiosa ejerce el contrapunto social en este grupo: es el niño que repite2.

Algún tiempo antes del inicio de los ensayos, generalmente en el transcurso del año de preparación del ritual, el Mayordomo va a elegir al grupo de cantoras, es decir las mozas que cantan la Rosca, y al niño que repite. Dos criterios han sido los más utilizados a la hora de realizar la elección de las cantoras:

- La pertenencia a la familia del Mayordomo y de Jarramplas
- Las cualidades para cantar

El primero de estos criterios, es decir, las relaciones de parentesco, ha sido el utilizado tradicionalmente, siendo prácticamente la única opción de las últimas décadas la elección de mujeres que, pertenecientes o no a la familia de Mayordomo o Jarramplas, hubieran demostrado a la comunidad sus buenas condiciones para el canto.

Hasta cierto punto tiene sentido este cambio de criterio, ya que una sociedad como la tradicional que han vivido nuestras generaciones pasadas, en la que la gente cantaba mucho en fiestas, mientras trabajaba, en veladas de entretenimiento, etc., ofrecía un importante potencial de mujeres con un amplio repertorio de canciones, una gran experiencia como cantoras y una manifiesta afinación en sus interpretaciones, con independencia de las cualidades sonoras de su voz. Por su lado, la sociedad actual, al menos en Piornal, aunque ofrece muchísimas posibilidades para la educación musical, está bajo el influjo casi absoluto de la imagen frente al sonido, lo cual nos sitúa en un panorama musical, en cuanto al canto, bastante limitado. Esta situación exige en la actualidad salir del propio entorno familiar a buscar mujeres que canten bien para completar el grupo de cantoras para Jarramplas.

Tradicionalmente solían ser cantoras: la mujer o novia del Mayordomo y de Jarramplas, sus hijas y sus hermanas, alguna amiga íntima de las anteriores, primas y sobrinas, y alguna allegada cercana a la familia, entre las cuales solía estar alguna vecina. Hay casos excepcionales de mujeres que sin tener una relación directa con los organizadores de la fiesta, entrase en el grupo tras pedírselo a estos, siempre con alguna justificación de peso. Es el caso de mujeres con alguna manda o promesa a San Sebastián, que se ofrecían como cantoras ya que no podían hacerlo como Jarramplas (sólo para hombres).

En los últimos años el grupo de mujeres encargadas del canto ha incluido a las propias Mayordomas. La incorporación de las mujeres a la mayordomía ha facilitado la elección de las cantoras, ya que al trabajo de organización de la fiesta, en el que no ha faltado la ayuda de novios o maridos, añadían el de pertenecer al colectivo de mozas de la Rosca (denominación que se da en el pueblo a las cantoras).

También suelen ser miembros del grupo de las mozas que cantan la Rosca, además de Mayordomas, y por supuesto, familiares del Mayordomo y Jarramplas, amigas de éstas y éstos, incluso chicas pertenecientes al grupo de folklore del pueblo (fundado a finales de los años ochenta), acostumbradas a cantar y a tocar instrumentos. En general para todas ellas es un orgullo participar en Jarramplas como cantoras; al menos así lo manifiestan después de haber pasado el trance "Ha sido muy emocionante", "Lo he pasado muy bien y me gustaría repetir", aunque algunas inicialmente llegaron a planteárselo "Cuando nos buscaron, al principio nos lo pensamos, porque no queríamos que esto no nos dejara pasarlo bien en la fiesta. Luego nos echamos para adelante y hasta ahora muy bien; no nos arrepentimos en absoluto, al contrario".

La edad de éstas no ha sido un elemento especialmente tenido en cuenta, de tal manera que han llegado a cantar la Rosca desde mujeres de más de cuarenta años, a adolescentes de no más de quince. No obstante, el grupo de edad comprendido entre los quince y los treinta años suele ser el más habitual para las cantoras.

La elección del niño que repite no solía ser dificultosa, ya que siempre había en la familia o entre los allegados algún pequeño dispuesto a desempeñar este papel. Hijos, ahijados y sobrinos de Mayordomo y Jarramplas, además de los hijos de algún amigo íntimo, han sido los habitualmente encargados de repetir. Se trata de una tarea que no reviste ningún problema para cualquier niño piornalego a pesar de su dificultad interpretativa, ya que es algo que los niños vienen haciendo desde muy pequeños, especialmente en los últimos tiempos con la proliferación de grabaciones en formato audio y vídeo sobre estas músicas a las que todos tienen acceso.

De esta manera, al igual que se puede observar a niños que apenas saben andar haciendo movimientos con la cabeza, las manos y el resto del cuerpo, similares a los que a veces realiza Jarramplas en sus desplazamientos, es posible encontrarse con niños que están en el periodo del balbuceo, de poco más de un año, que emiten algunas sílabas de cierto parecido a las que se cantan en la Rosca o las Alborás en el momento preciso en el que interviene el niño que repite.

Como ocurre en los juegos infantiles asociados a Jarramplas (Díaz Iglesias 2001) el ritual sigue colocando en un mismo grupo a mujeres y niños, de esta manera al grupo de cantoras, constituido por un número variable de mujeres (en torno a doce), convenientemente ataviadas con la vestimenta tradicional piornalega, también pertenece un niño, de unos diez años aproximadamente, que se identificará como miembro del grupo además de por su participación fundamental en la interpretación de la Rosca, al final de la Misa Mayor del día 20, porque al igual que ellas, también porta la indumentaria tradicional.

Bien es cierto que podría pensarse que la unión en un mismo grupo de mujeres y niños que no han llegado a la pubertad, y que por lo tanto no han cambiado de voz, se debe más a razones musicales que sociales, sin embargo, la participación vocal del niño se sitúa a un nivel tan diferente al de las mujeres, que difícilmente esa podría ser la justificación. De hecho en ningún momento el niño canta a la vez que las muchachas, ni hace su melodía, ni respeta el ámbito melódico en el que se sitúan estas. Por otro lado existe un momento en la madrugada del día 20, concretamente en el canto de las Alborás, en el que muchas veces no está el niño que repite, debido a la hora en que éste se lleva a cabo (a partir de la medianoche) siendo su voz sustituida por la de cualquier hombre, que se encarga de interpretar la parte correspondiente al niño, sin que llame especialmente la atención, y nadie se plantee el efecto del cambio.

Descripción de los Ensayos

Hemos dicho que estos ensayos suelen comenzar unos días antes de la fiesta, no obstante hay que señalar como excepción, la posibilidad de que en alguna ocasión, siempre reciente en el tiempo, algunos de estos ensayos se hayan realizado durante las Navidades. La razón ha sido que varias de las mozas cantoras, al estar estudiando fuera del pueblo, acudían a la fiesta sólo uno o dos días antes, necesitando algún ensayo previo. Ello, por supuesto, no ha impedido que se llevaran a cabo los pertinentes ensayos durante la semana que desembocaba en el ritual, con el resto de miembros del grupo: otras mujeres, el niño que repite, Jarramplas y algunos hombres de los que participarían en la ronda.

En estos días, en los que el ambiente se está cargando de un aroma festivo al que sólo unos pocos parecen ajenos, después de anochecer, cuando la gente ha concluido su jornada laboral y ha tenido tiempo para el aseo y la cena "se viene a quedar a las nueve", la casa del Mayordomo, abre sus puertas.

Cuando se habla de casa del Mayordomo no nos referimos a su vivienda habitual (al menos en las últimas dos décadas), sino a un local, generalmente un garaje, en el que se están llevando a cabo todos los preparativo de la fiesta, y que abandonado ese aspecto de taller que ha mostrado mientras se hacían las máscaras y tamboriles, ahora se nos aparece con un cierto halo de museo, con las paredes adornadas con pósters de ediciones pasadas de la fiesta, fotos, recortes de periódico, las máscaras confeccionadas para la nueva edición, etc.

Los primeros en llegar, generalmente el Mayordomo o Jarramplas con algún amigo o familiar, hacen la lumbre, y toman los primeros tragos de la noche. Hay que comenzar a calentar el ambiente y para ello nada mejor que el calor del fuego y el fuego de un trago de aguardiente, por ejemplo "Hemos quedado a las nueve, pero nosotros estamos aquí algunos días antes de las ocho". Mientras hay quien se dedica a los retoques de última hora en las máscaras o tamboriles, o a cortar un poco de jamón, lomo y chorizo para después, otros prefieren sentarse a la lumbre a charlar un rato. La conversación siempre suele versar sobre el mismo tema: Jarramplas. Poco a poco comienza a llegar más gente.

No hay un orden de llegada; ora entran algunas de la jóvenes cantoras, ora algún grupo de niños curiosos, ora alguna persona de más edad. El grupo crece por momento al igual que el sonido producido por las diversas conversaciones que simultáneamente se suceden en el local. Hay quien se acerca a la lumbre a calentarse un poco, quien se dedica a observar detenidamente y en silencio los diversos estímulos visuales que se ofrecen en el lugar, quien conversa sobre tal o cual máscara, sobre esa foto tan buena, sobre ese cartel tan antiguo, etc.; hay quien busca descaradamente un trago de algunas de las bebidas que se brindan, quien habla con las mujeres que de un momento a otro van a cantar, quien hace sonar algún instrumento, y cómo no, quien simplemente espera a que comience la música; mientras tanto, Jarramplas y Mayordomos se mueven entre el gentío con cierto orgullo "A uno le gusta que venga la gente y que te diga que le gusta cómo van las cosas".

Lo cierto es que el ambiente sonoro crece por momentos, siendo solamente eclipsado por el efecto sensorial de las imágenes policromáticas en forma de máscaras, fotos, carteles, vestimenta de Jarramplas, etc., que se ofrecen en el improvisado museo.

En un momento dado se comienzan a oír siseos y órdenes de silencio que recorren el local. Todos dirigen su mirada y su atención al lugar que ocupan un grupo de mujeres que se disponen a comenzar los cantos. En pie, de cara al resto de la concurrencia, con unos papeles en la mano, sólo esperan el toque de tamboril para iniciar el ensayo. Junto a ellas, a un lado o delante, con las manos atrás, un niño se apresta a repetir. Aún se oye alguna voz en la sala, y entre las cantoras algunos comentarios al oído, movimientos que manifiestamente se traducen como intentos por colocarse bien en el grupo, pero que en su estructura más profunda son provocados por la ansiedad; tampoco falta alguna sonrisa entre ellas o dedicada a alguien del público.

Ante ellas, el hombre que va a ser Jarramplas se prepara para comenzar el ensayo. Con un tamboril bajo el brazo y dos gruesas cachiporras, emite los primeros sonidos, que van a caer sobre el auditorio como una implacable orden de silencio y una poderosa llamada de atención. Todos callan, hasta los murmullos parecen haber cedido a su poder; las sonrisas y movimientos desaparecen en las cantoras, que clavan sus ojos en los papeles que portan sus manos. En ellos aparecen escritas unas letras que todas conocen a la perfección, pero no quieren errores, y una simple mirada va a permitir la rápida lectura del verso de inicio; el resto de tiempo en que se mantiene ésta en el papel, es muchas veces un intento de esquivar la mirada del público presente en la sala que las observa sin pestañear.

Un breve esquema rítmico se repite una y otra vez, cadencioso, casi monótono, con un timbre sordo, apagado, que obliga a callar a toda la concurrencia. En la sala solo parecen moverse las manos del hombre que toca el tamboril con gran intensidad, como queriendo imprimir al sonido un aire altivo, de orgullo, de sometimiento para el resto de los sonidos. Es como si el tamboril con su sonido quisiera comunicar al auditorio algo así como: "cuando yo hablo todos callan".

Un cambio breve en el ritmo ejecutado por el tamboril, casi imperceptible para un observador extraño, alerta a las cantoras de que van a recibir el testigo musical. Con un final brusco, no esperado, el tamboril detiene su interpretación. Tras unas décimas de segundo en que el silencio se hace dueño del local, al unísono varias voces de mujer comienzan un canto a capella que eriza el vello. Es el canto de la Rosca.

Tras una primera copla en la que las mujeres no se detienen ni para tomar aliento, entra en escena por primera vez el niño que repite, volviendo a dejar en el ambiente las mismas palabras del último verso interpretado por ellas, aunque con diferente ritmo y melodía. Son solo unos segundos, lo que dura un octosílabo lanzado al aire con cierta presteza, son solo unos sonidos agudos que silban en el oído como algo que rompe la uniformidad de la tonada, y que bien sirve a las cantoras para respirar y volver a cantar, al concluir el niño, nuevamente los dos versos finales, en la línea musical que traían hasta entonces; es una vuelta a la calma que llevan a cabo las mujeres tras "la salida de tono del niño" y que va a desembocar nuevamente en el sonido del tamboril.

A la vez que éste suena, algún niño que por su edad (poco más de un año) aún presenta graves dificultades para coordinar sus movimientos, curiosamente muestra una admirable destreza en su forma especial de simular tocar el tamboril, alternando correctamente sus manos al percutir sobre su abdomen al ritmo que marca el tamboril, y al concluir con una ejecución irreprochable el último compás que da la entrada a las cantoras.

Una estructura de estrofa o copla cantada y un estribillo instrumental, se repite incesantemente mientras un hilo argumental fijo de un año para otro, perfectamente diseñado, muestra a la concurrencia la vida de San Sebastián, con una cadencia final que como toda ofrenda (contenido textual de las Roscas musicales tan características en este pueblo), pide al Santo protección, salud y gloria para Jarramplas, el Mayordomo, las mujeres que cantan, el niño que repite y para todo el pueblo. El silencio reina entre el numeroso público mientras dura la canción, solo al final de esta se rompe en forma de gritos, jaleos, silbidos, etc., que suenan durante la última estrofa, ahora ya acompañada del tamboril, tocado con un ritmo desenfrenado, frenético, amenazante, perseguidor, a la vez que la melodía ha entrado en una búsqueda presta del final.

Mientras continúa el bullicio que sirve de fondo sonoro a la última copla, la canción finaliza con dos golpes de cachiporra, una sobre la otra, golpes de percusión que van seguidos de vítores y loas al Santo, amén de los pertinentes aplausos. Cualquiera diría que allí dentro está la figura del mismo San Sebastián, como ocurrirá en el templo el día 20 cuando las muchachas canten la Rosca frente a él, con toda la concurrencia a sus espaldas.

Es momento de tomar algo; la cantoras un poco de anís por eso de que éste supuestamente "limpia la garganta y aclara la voz", aunque quizá sus dotes de poción mágica haya que buscarlas en la capacidad inicial de activación y desinhibición que toda ingestión de alcohol provoca. Unos beben un poco de vino, otros destapan unas cervezas, los más aventurados prueban el aguardiente, y otros muchos, recién cenados, optan por no tomar bebida alguna.

Algo así ocurre con los dulces y los trozos de jamón y chorizo que en unas bandejas se pasan entre la concurrencia, unos comen y otros no, aunque todos, la mayor parte de las veces en silencio, agradecen el convite y toman nota de las atenciones del Mayordomo, que además de haber dedicado parte de su tiempo a los preparativos de la fiesta, cosa que está a la vista, aún tiene energías y poder económico suficiente para ofrecer un trago y comida a los miembros de la comunidad que tengan a bien darse una vuelta por su local "por perras que no quede; y si no las hay se sacan de donde sea, pero que no se diga".

Después de un rato de conversación, críticas constructivas sobre la interpretación de la Rosca, alguna broma sobre "Ese Jarramplas que no sabe tocar el tamboril", "Esas mozas que no saben cantar", se ensaya un poco de las Alborás "éstas siempre quedan peor; yo no sé qué pasa" comentan algunas mujeres. En una posición similar a la anterior, las mozas se aprestan a comenzar este nuevo canto tras unos compases de tamboril, que a diferencia de la Rosca va a continuar tocando durante toda la canción, con el mismo ritmo, que de tan continuado, resulta hasta monótono si centras la atención en él.

Nuevamente el inicio de tamboril es la señal indicativa de que la gente debe dejar de hablar y atender a la música. Y así sucede. Cualquier extraño que haya prestado atención a las letras de la Rosca se sorprenderá al encontrarlas nuevamente en las Alborás, aunque de vez en cuando aparece alguna copla nueva. En esta canción, la melodía, diferente a la de la anterior, se amplía con la repetición de los dos primeros versos, además de la trisomía del último, con la participación del niño, y nuevamente de las cantoras, como ocurre en la Rosca. Eso la convierte en una canción larga, cansada en la interpretación, y si se prolonga, hasta aburrida para el oyente no participante. Y es que en el contexto festivo las Alborás, aunque las inicia el grupo de las cantoras, son interpretadas prácticamente por toda la gente que acude a los ritos en los que ésta se canta.

El hecho de que no tenga una estructura fija en su texto, es decir que el orden de las coplas que se van cantando sea arbitrario, quedando a gusto del grupo de cantoras, más que dificultar su aprendizaje lo facilita, ya que genera la repetición de una misma copla en diversas situaciones siendo así más asequible para el aprendizaje.

Son también características musicales que propician un mejor y más pronto aprendizaje de las Alborás por la gente: la ampliación melódica por repetición, la presencia de un movimiento ondulante en la melodía asentado esencialmente en intervalos de segunda y tercera, la ausencia de cambios de compás, una forma simple o estrófica, la repetición dos veces de los dos primeros versos y tres veces del cuarto en una misma copla y el canto de esta canción en cuatro momentos diferentes del ritual: al Bajar y vestir al Santo en la tarde del día 19, en la alborada de la madrugada del día 20, este mismo día en la procesión anterior a la Misa Mayor, y ya por la tarde, en el Besapiés y al Subir el Santo al Trono.

Esta facilitación en la interpretación de las Alborás, que no se da en la Rosca, se justifica porque esta última es una canción que exclusivamente va a cantar el grupo de mujeres elegidas por el Mayordomo para este fin, mientras la primera la puede cantar todo el mundo, grandes y pequeños, hombres y mujeres, piornalegos y forasteros.

Nuevamente después del canto hay un descanso, para charlar, beber y comer un poco. Por supuesto siempre hay quien se encarga de hacer llegar a las cantoras un poco más de anís, lo que viene a coincidir con un descenso en el nivel ansiógeno del momento.

El ambiente, frío inicialmente para eso de cantar y escuchar cómo otros cantan, va tornándose más cálido por momentos. El calor de la lumbre, pero sobre todo el calor humano, han elevado la temperatura del local; la temperatura de los cuerpos ha sido cosa de la emotividad y el sentimiento que llevan implícitas las canciones interpretadas, y en algún caso, cómo no, del alcohol ingerido.

Es el momento apropiado para ensayar la Ronda elegida para ese año. En cada edición de Jarramplas, el Mayordomo selecciona una entre las muchas canciones de ronda del repertorio tradicional piornalego (en estos últimos años también verato, folklore musical muy relacionado con el de Piornal), según su gusto. Prácticamente todos conocen la tonada elegida, si no "Es cosa de cantarla unas pocas de veces hasta que se coja la toná".

En cuanto a las letras, hoy día se suele hacer necesaria una lista de posibles coplas que se pueden ajustar a la melodía, a modo de textos de recambio. La menor familiarización de la gente, sobre todo los jóvenes, con el folklore musical hace necesaria la escritura de estas coplas, algo innecesario hace no muchos años, cuando toda la gente del pueblo las conocía y le resultaban familiares.

Ensayar la Ronda supone un punto más de relajación, al ya conseguido a medida que avanza la noche. Mientras se canta, la seriedad manifiesta en los rostros de las mujeres cuando cantaban la Rosca y las Alborás se torna alegría y cierto desenfado, lo que se traduce en sonrisas, expresiones faciales de aprobación y ánimo, y algo impensable en las otras dos canciones: el movimiento de caderas propagado al resto del cuerpo, siguiendo el pulso de la música.

Aunque el grupo de cantoras sigue de cara al público, a él se unen ahora otras mujeres y algunos hombres. Jarramplas suele descansar al igual que su tamboril, encargándose otros hombres, generalmente del grupo de parentesco o allegados (los cuales suelen haber participado en los preparativos de la fiesta), de acompañar el canto con algunos instrumentos. Entre estos no falta el caldero, la botella de anís y el tamboril, no el de Jarramplas sino el propio de las rondas, el de pedir con la primeras luces de algunos días de fiesta, compañero infatigable, en otras ocasiones, de la gaita extremeña o flauta de tres agujeros. Estos tres suelen ser instrumentos imprescindibles, aunque ocasionalmente pueden utilizarse guitarras, laúdes, almireces, etc.

Generalmente son hombres los que tocan estos instrumentos; ellos tocan y ellas cantan, aunque no es raro ver a algún hombre cantando (el efecto sonoro se percibe dominado en gran medida por timbres femeninos) y a alguna mujer tocando (fundamentalmente las palmas y sólo excepcionalmente los otros instrumentos). Este comportamiento diferencial entre hombre y mujeres es en gran medida producto de la tradición musical rondeña en Piornal. Primeramente, el hombre cantaba y tocaba mientras la mujer escuchaba; ésta era la imagen propia de las rondas ancestrales.

Posteriormente los hombres cantaban y tocaban, y las mujeres cantaban y palmeaban. A partir de mediados de los años ochenta, tras la puesta en marcha de un proyecto de formación instrumental (guitarra, laúd y bandurria) con niños, llevado a cabo a instancias del Ayuntamiento y los comienzos del grupo de folklore "Nueva Semilla", actualmente "La Serrana", también con el apoyo económico de esta institución, son varias las chicas que se inician en el manejo de instrumentos musicales de cuerda, por lo que empieza a ser habitual su incorporación como instrumentistas en rondas, cosa que también ha tenido reflejo en la Ronda de Jarramplas.

Con todos estos ingredientes poco a poco se va consiguiendo un aire rondeño al que solo le falta el movimiento por las calles del pueblo, pero esto lo dejamos para el día del ritual, ahora no olvidemos que estamos simplemente en un ensayo. Lo cierto es que como si de una ronda cualquiera se tratara, una persona del grupo comienza cantando el primer verso dando la entrada a la copla al resto del grupo.

Aunque suele comenzar a cantar una mujer, a medida que avanza la canción algún hombre se aventura a iniciar la estrofa, que muchas veces suele corresponderse con una copla picaresca, burlona o satírica. Otras novedades que conlleva el ensayo de la Ronda son la posibilidad de que algún miembro del público pueda unirse al canto, si lo desea, y la desaparición en la escena central del niño que repite.

Al concluir la Ronda, tras algunos comentarios sobre ella y algún trago, nuevamente, en un ambiente más cálido en todos los sentidos, se ensayan las tres canciones, o algunas de ellas, entre las que no puede faltar la Rosca. Así se llega al final de la velada, que suele enviar a cada uno a su casa, aunque siempre hay algunos que prefieren dar una vuelta por algún bar para charlar un rato, entre los que no suelen faltan Mayordomo y Jarramplas, que siguen dándole vueltas a los detalles para que cuando llegue la fiesta todo esté listo.

Funcionalidad de los Ensayos

El comienzo de los Ensayos es la señal manifiesta de que se ha abierto a la comunidad el local donde Mayordomo, Jarramplas y allegados, han preparado con mimo los materiales que han de usarse en la fiesta. El inicio de los Ensayos supone la inauguración oficial de ese museo temporal que va a mostrar, a todo aquel que tenga a bien ir a visitarlo, que se está preparado para la llegada al mundo de esta nueva criatura social que va a ser la fiesta que tendrá lugar en los próximos días.

El plazo dado al Mayordomo para organizarlo todo, hace casi un año, ha expirado. La responsabilidad adquirida al término de la edición pasada de la fiesta debe ser refrendada con hechos en los días del ritual, y en los días previos a éste, con la disposición a llevar a cabo estos hechos puesta de manifiesto en la conclusión del proceso de elaboración de los materiales que se precisan para ello.

La comunidad quiere pruebas de que todo esta preparado para Jarramplas, y el Mayordomo se las va a dar invitando a sus miembros a los Ensayos, excusa perfecta para hacerlo. No obstante, los Ensayos no son solo una excusa para que la gente vaya a ver las máscaras y demás preparativos de la fiesta. Musicalmente se les puede atribuir una doble funcionalidad. Por un lado la del ensayo propiamente dicho, y por otra el afianzamiento del canto con público.

Dedicar un tiempo a ensayar las tres canciones que sonarán en Jarramplas es una necesidad musical, básicamente porque estaríamos ante un canto colectivo que precisa cierto grado de conjunción en los intérpretes. No obstante, como ya hemos señalado con anterioridad, dos de esas tres canciones, la Rosca y las Alborás, tienen una característica fundamental: son tonadas que las cantoras conocen perfectamente, las han escuchado y cantado en numerosas ocasiones, saben sus letras y tienen asimilada su melodía, por lo que su ensayo es prácticamente un mero trámite.

La tercera canción, es decir la Ronda, puede generar más problemas en su preparación, especialmente en las últimas décadas. El hecho de que la gente joven no esté excesivamente familiarizada con el repertorio tradicional piornalego en su conjunto, provoca que el grupo de cantoras pueda desconocer la canción elegida por el Mayordomo para la ronda del mediodía del día veinte. Lógicamente esta canción precisa de más ensayo que las otras dos, más aún cuando conlleva la utilización de textos de recambio muchas veces poco familiar para estas jóvenes.

El hecho de que en la Ronda participe otra gente además de las integrantes del grupo de cantoras, incluidas personas de edad avanzada, perfectamente conocedoras del folklore musical del pueblo, permite una cierta relajación en los ensayos de la canción de la Ronda. Por otro lado tenemos que pensar que no es la Ronda el centro de estos ensayos, sino la Rosca. No es la canción más ensayada la menos conocida por las cantoras, sino, paradójicamente, la más conocida.

Los datos que acabamos de exponer justifican en gran medida la tesis de que el ensayo propiamente dicho, como coordinación de voces, ajuste a los instrumentos, etc., no es la función musical más importante de estas reuniones públicas nocturnas. Nuestra opinión se decanta más bien por la opción musical de la interpretación ante un público, como anticipación de la situación ciertamente ansiógena a la que tendrán que enfrentarse las cantoras durante la fiesta, con cientos de miradas puestas en ellas y cientos de oídos en sus voces.

Durante estos ensayos pues, las cantoras, mujeres generalmente poco o nada acostumbradas a cantar con público, van a interpretar las tres canciones con un grupo de personas como auditorio, lo que les permitirá en gran medida atenuar la ansiedad que sentirían los días de ritual si por primera vez llevaran a cabo una tarea de este tipo.

Por otro lado no podemos olvidar que durante los ensayos las intérpretes viven una experiencia positiva asociada a su interpretación, con una percepción casi constante de refuerzos sociales provenientes de los allí presentes, además de los generados por la misma situación prefestiva que se vive en el local. Todo esto contribuye sin duda a que en el momento del canto en pleno ritual las cantoras, aún con cierto grado de tensión, se encuentren seguras y perfectamente preparadas para su ejecución.

Aún habría que argumentar una tercera justificación para estos ensayos, de carácter más espiritual, y es que no podemos olvidar que el grupo de cantoras va a cobrar durante el ritual una función social muy importante, ya que se van a convertir en las representantes de la comunidad para dirigirse al Santo. Ellas son las que al concluir la misa, de pie junto a él, mirándole a los ojos, le cantarán su vida, y le pedirán por todos. Esta responsabilidad, este tan alto honor, bien requiere de una atención previa, en forma de ensayos, por ejemplo.

Resumiendo, proponemos tres justificaciones para los ensayos previos al ritual de Jarramplas, una de tipo social, como reclamo hacia la comunidad y anuncio de que todo está preparado para la fiesta, algo que pueden ir a constatar cualquiera de sus miembros por sí mismos; otra de tipo musical, como vivencia anticipada y continuada de situaciones positivas de interpretación ante público, como forma de disminuir la ansiedad que pudiera generarse en las cantoras el día de la fiesta, al tener que cantar ante la comunidad, y una tercera de tipo superestructural, como anticipo de una responsabilidad adquirida ante la comunidad y que supone ejercer de médium entre ésta y el mismo San Sebastián.

Notas.-

1.- MARTÍ, Josep y MARTÍNEZ, Silvia (edits.) (2004). Voces e imágenes en la Etnomusicología actual. Secretaría General Técnica del Ministerio de Cultura. Madrid. pp 191-206

2.- El grupo protagonista en los cantos asociados al ritual festivo de Jarramplas está constituido fundamentalmente por las cantoras y un niño de no más de diez años que interviene como solista en un momento de la interpretación de cada estrofa de la Rosca y de las Alborás, ejerciendo en ésta el contrapunto musical, de género y de edad a la mujeres que cantan. Es el conocido como "el niño que repite".

Bibliografía citada y complementaria

Calle Sánchez, A.; Calle Sánchez, F.; Sánchez García, G.; Vega Ramos, S.(1995): Entre la Vera y el Valle. Tradición y folklore de Piornal. Institución Cultural "El Brocense" de la Diputación Provincial de Cáceres. Cáceres

Cruces, F. Y Díaz de Rada, A. (1991): "La ordenación ritual en un valle extremeño", en García, J.L. y Velasco, H.: Rituales y proceso social. Estudio comparativo en cinco zonas españolas, 211-253. Ministerio de Cultura. Madrid.

Díaz Iglesias, S. (2001): "Los niños en Jarramplas", Antropología de la Fiesta, pp. 249-260. Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Alicante.

Guerra Iglesias, A.R. (2000): Folklore de Piornal: Estudio analítico-musical y planteamiento didáctico. Cáceres. Facultad de Formación del Profesorado de la UEX (inédito). Tesis Doctoral.

Marcos Arévalo, J. (1999): "La fiesta de San Sebastián. El protagonismo de una botarga carnavalesca" Estudios sobre una población de la serranía extremeña. Edición: Fernando Flores. Plasencia.

Martín Herrero, J.A. y Marcos Arévalo, J. (1999): "Aproximación etnográfica al "Jarramplas". Piornal", en Oliver Narbona, M. (ed) Antropología de la fiesta, pp. 63-70. M &C Publ. Valencia

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2005