Escondida fiereza

El País. 15-1-89 Jarramplas

Piornal amanece envuelto en nieve muchas mañanas de enero. La del 19, víspera del santo, y la del 20, San Sebastián, no tenían por qué ser una excepción. Este pueblo, techo de Extremadura y cuna del buen jamón, está a caballo entre la Vera y el valle del Jerte; la carretera que , llena de curvas, llega hasta aquí desde Garganta la Olla, es uno de los itinerarios más hermosos y recomendables en una zona que abundan en ellos. Al final, en estas fechas, aguarda Jarramplas.

A pesar de que el bando dice que "los de 14 para arriba no pueden tirar a Jarramplas", nadie hace caso. En su origen, las armas de esta incruenta -aunque dura- batalla eran trozos de patata y de calabaza de la matanza que se acababa de celebrar. El bando agresor estaba compuesto por la chiquillería. Pero poco a poco -"ahora hay mucha violencia en todas partes", dicen pesarosos los viejos- la edad ha ido en aumento; los nabos, con su dureza, han hecho aparición, y los cinco pantalones, camisas, jerséis y pelliza forrada de gomaespuma que se esconden bajo las tiras de vivísimos colores del singular personaje sólo consiguen evitar males mayores.

La persecución, las carreras por las calles heladas, el paseo de Jarramplas por el borde de la fuente, el sordo toque del enorme tambor y la inquietante máscara que le oculta el rostro están en la base de fiesta. Dicen de él que simboliza al santo en su martirio. Una de las coplas de las alborás, que se cantan a las doce la noche, lo recuerda: "Todo el cuerpo tiene/hecho una llaga,/ una mujer piadosa/se lo curaba". Jarramplas, por lo menos, sale mejor parado.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2002