Simón Guadalajara Solera
En el ceremonial del Jarramplas se superponen distintos motivos: paganos y religiosos; el personaje que se viste de esta figura lo hace conscientemente del sacrificio que tendrá que soportar; interviene el ofrecimiento religioso, o la "manda", por la que un acto individual repercute en la comunidad.
Desde luego que todo el mundo sabe que la relación entre el San Sebastián y el Jarramplas es muy lejana: el martirio del santo se superpone a la peripecia de rito pagano, consistente en una serie de danzas irregulares o movimientos de arremetida y defensa contra la chiquillada.
El traje y la máscara nos proporcionan los datos de lo pagano, aunque ya no se conservan textos de cantos alusivos al mismo, sin embargo en las plegarias que se rezan a San Sebastián mezcla el nombre del Jarramplas:
aquí esta rosca, y al Jarramplas que toca dales la gloria.
La mujer de Jarramplas Al final de la procesión de la 'tarde el Jarramplas sale con su tambor y palitroques, con los cuales ataca ingenuamente a la chiquillada; desde la noche del 19 de enero hasta el 20 por la tarde permanece sin dormir, y sin quitarse la ropa: pieles protectoras, y el traje blanco exterior, con muchos remiendos multicolores, que le prestan un aire exótico y carnavalesco. La nota la da la máscara; presenta dos cuerpos: a) Hasta la altura de las cejas: va forrada por dentro, y exhibe unas grandes barbas de macho cabrío; una boca abierta exagerada, guarnecida de un gran bigote. Los ojos gigantes van provistos de una tela metálica, con el fin de preservarlos de los golpes. b) El remate cónico en vertical hacia arriba, rematado con un morrión, construido con el copo de un zorro2 El Jarramplas entra a la iglesia, se desenmascara y la multitud abandona los lanzamientos. Durante la noche se cantan las "alborás" a la puerta de la Iglesia, y se hace una ronda en silencio por todas las calles. El Mayordomo es el encargado de bajar y subir al Santo desde su nicho. Se festeja el día 19 y 20 de enero; si bien guarda conexiones con los hechos de la Reconquista, tal como se desprende de las invocaciones a "San Sebastián valeroso", y la cristianización del rito, y tal como sucede con otras ceremonias folklóricas, por ejemplo la Encamisá, nos interesa aquí señalar aquellos motivos más primitivos, enraizados dentro del mundo pastoril; es curioso constatar el dato de Zarza de Montánchez, sobre esta misma fiesta del 19 de enero, que recibe el nombre de "fiesta del pan y el queso". Vayamos en primer lugar analizando los componentes de la máscara de Jarramplas: los rasgos de la boca, nariz y ojos participan de la forma mixta animal y hombre3; además de servir de elemento protector contra los objetos arrojadizos (bolas de nieve, tronchos, etc.), contribuye a metamorfosear al sujeto que la lleva. A sus dos lados, a la altura de las orejas salen dos cuernos, posiblemente de cabra. Por último se coronaba por el morrión de copo de zorra. Vayamos ahora a los movimientos del rito, donde se tortura a un individuo, que voluntariamente se ofrece como sujeto expiatorio en beneficio de la comunidad; coincide con el ceremonial de las fiestas de principios de año del mundo celta; por encima de todo hay que asegurarse la existencia colectivamente. El pueblo de Piornal participa jubilosamente a lo largo de toda la fiesta. El Jarramplas imita a veces los gestos primitivos de sus ancestros; el grupo que le acompaña canta un tema musical, que enfáticamente se acelera al llegar a esta coplilla:
y alarma, alarma Sebastián valeroso venció en batalla!". Los contenidos cristianos nos han alejado del contexto primitivo; sin embargo las formas externas del rito han pervivido. Para acercarse algo más a la comprensión de este rito, es obligado la cita al lenguaje: se utiliza el verbo «jarramplar», «arramplar»; y frases hechas, «estás hecho un jarramplas» (un buen ladronzuelo que no deja huellas). Es muy revelador el dato antiguo de las preguntas que hacía el Jarramplas a los niños:
-¿Cuántas morcillas has robado a tu madre?...
Sabemos que antes el Jarramplas podía robar ganado; su identidad ambigua con este referente al hurto, nos invita a recordar la presencia del gran ladrón por excelencia, dentro del mundo pastoril: el lobo. Había que granjearse la amistad o buenas relaciones con este animal; el aspecto del tótem, queda bien evidenciado.
1.-Guadalajara Solera, Simón. Lo pastoril en la Cultura Extremeña. Ed. Institución Cultural El Brocense, Cáceres 1984. Biblioteca Escuela de Magisterio de Cáceres CC 460.25-83 Pg 188-191
2.- Caro Baioja, J., El Carnaval (Ed. Taurus, 1965), p. 351. Señala cómo el zorro y el lobo reciben en el país vasco los honores del "azeri dantza", el último día del año, por los pastores; y cita el ensalmo gallego para guardarse de las acciones de esta alimaña: Arrapa, raposo / n'a c¡ma d'o tojo; / non mate-l-a aña / de Pedro Castaña / que vai n'a riveira.
Las máscaras de los "zafarrones" de León, vestían en la cabeza otro cucurucho, rematado por un rabo de zorro.
3.- Blázquez, 3. Ma, Diccionario, cit., p. 60. Constata que los disfraces de animales empiezan a documentarse a partir de ur escrico del S. IV, que relata la costumbre de las mascaradas de principios de año, "llevando sobre la cabeza cuernos de ciervo o astas, o cubriéndose con una piel".
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