A continuación presentamos un extracto del artículo "Los niños en Jarramplas" aparecido en la obra Antropología de la Fiesta, publicada tras las III Jornadas de Antropología de las Fiestas, bajo la coordinación de D. Manuel Oliver Narbona, y la edición del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, el pasado diciembre de 2001.
Sebastián Díaz Iglesias
Como un suspiro, la Navidad ha concluido en la tarde del día de Reyes, y ahora toca a los niños y jóvenes volver a los estudios, a los adultos retomar la rutina de sus trabajos y a todos, empezar a habilitar un hueco en sus mentes para la próxima fiesta, a la que tan sólo le restan unos pocos días.
Para Mayordomo y Jarramplas, aunque los preparativos de más peso (máscaras, traje, tamboriles, armadura) ya están concluidos, es momento de ir precisando los detalles: dónde se va a comer, cuántos invitados va a haber, qué se va a comer, de dónde se va a sacar la comida, quién va a hacerla; se debe ir pensando en que hay que comprar flores para adornar al Santo, tener a mano los cohetes, hablar con el cura para lo de la misa, comenzar los ensayos, etc., en fin, hay que tener todo a punto, sin dejar ningún detalle al azar, para el momento del inicio de la fiesta.
Ajenos a tanto preparativo, en los día previos a la fiesta, van a adquirir un especial protagonismo los niños, que van a adelantarse a los adultos y ofrecer por las calles del pueblo su particular versión del ritual festivo. Pero antes, hay que prepararse para ello.
En un alarde de trabajo cooperativo y de destreza para confeccionar una máscara, un traje y un tamboril, cada año los niños se empeñan en intentar mostrarnos sus múltiples potencialidades manipulativas, las cuales los adultos cada vez más nos empecinamos en anular dándoles todo hecho. Para su juego los pequeños necesitan básicamente una máscara que oculte su rostro y un tamboril para tocar; de hecho estos han sido en muchas ocasiones los dos únicos elementos de la vestimenta que han utilizado los niños para jugar a Jarramplas. Hoy día son muchos los niños que tienen un traje de Jarramplas impecable, confeccionado por sus madres y abuelas, una máscara y un tamboril fabricados por su padre, lo cual contrasta con otras épocas anteriores en las que estos elementos de la indumentaria corrían a cargo exclusivamente de sus usuarios, siendo los niños los que se hacían sus propias máscaras, fabricaban sus tamboriles y confeccionaban el traje. Las máscaras usadas por los niños van desde una caja de galletas o magdalenas, a la que se le practican sendos agujeros para facilitar la visión, a una máscara de Jarramplas usada por algún adulto en pleno ritual, pasando por máscaras hechas por los propios niños más o menos terminadas "nos poníamos un cacho máscara hecha de cartón" "hacíamos una máscara como es debido, para que durara varios días" (la expresión un cacho máscara, o un cacho tamboril que aparece más adelante, hace referencia a una máscara y un tamboril muy rudimentarios, poco acabados). En otro tiempo las máscaras eran cosa de los niños, lo que contrasta en gran medida con la tendencia actual a utilizar en los juegos máscaras muchas veces hechas por sus padres o abuelos, o encargadas por estos a un experto en su confección. Los pequeños eran los auténticos artesanos: conseguían el cartón en algún comercio del pueblo, lo recortaban, cosían las piezas con hilo de bramante hasta conseguir su figura cónica, sus cuernos y su nariz, y luego la pintaban con aceituna, picón, tinta de bolígrafo, pimienta y ladrillo triturado mezclados con agua, etc. Algunas de estas máscaras eran muy endebles y apenas duraban unas horas "una tarde para hacerla y otra para romperla", otras, sin embargo, servían para varias ocasiones, aunque hubiera que retocarlas de un día para otro. Algunos utilizaban para sus juegos las máscaras que sus padres o tíos habían sacado siendo Jarramplas, en pleno ritual. Estos y sus amigos se encargaban de coser los rotos y repasar la pintura tras su uso, y ¡como nueva!. De esta manera los más pequeños se encargaban de destrozar las máscaras que no conseguían romper en su momento los mayores "yo sacaba la de mi padre, de lata, y como no se rompía me duró lo menos diez años". Era corriente la rivalidad entre los chavales de uno y otro barrio a ver qué máscara duraba más, ahora bien, se trataba de una rivalidad que no acababa en conflicto, sino más bien en acercamiento, ya que las ganas de jugar a Jarramplas conseguían vencer a cualquier tipo rencor o interés negativo, llevando en muchas ocasiones a los que rompían su máscara a ir a jugar con los del barrio vecino que aún mantenían la suya "si se vestía uno de otro barrio y te enterabas, allí ibas", "si no teníamos máscara y nos enterábamos que había salido uno en el Pocillo (barrio de Piornal), que salían mucho, íbamos para allá". De esta manera este tipo de juego conseguía por un lado potenciar la cohesión intragrupo a partir del trabajo cooperativo en la confección de la máscara, tamboril y traje, y por otro, la cohesión intergrupo, con la unión en el juego de miembros de diferentes pandillas y barrios, todos con un objetivo común como era la lucha contra Jarramplas. El tamboril, como ya hemos dicho, ha constituido junto a la máscara un elemento esencial y básico en la caracterización de Jarramplas. Se puede hablar de un continuo en el grado de acabado del tamboril, habiéndose usado para fuente de sonido desde "un cubo", "una calderilla" (es un vocablo utilizado en Piornal para designar también a los cubos), "una lata de sardinas de las de cinco kilos", "una cachaparra" (viene a ser lo mismo que la lata), a tamboriles con soporte de lata o cubo, pero con membrana de plástico duro o tela de saco, convenientemente sujeta con un aro metálico y unas cuerdas. Siempre fue cosa de los propios niños la fabricación de estos tamboriles, aunque en los últimos años, como en el caso de la máscara, esta suele ser cosa de padres o abuelos. El traje de Jarramplas ha sido y es un elemento secundario en la caracterización de este en los juegos infantiles "no teníamos traje, sólo la máscara de cartón y el tamboril", "sin traje, con una máscara y un cacho tamboril". Ahora bien, antes y ahora a los niños les gusta sobre todo un Jarramplas convenientemente uniformado "Luego se empezó a vestir Ramón, con traje de verdad y nos íbamos todos allí, a tirarle, aunque vivieras muy lejos", "de más mayores íbamos a otros barrios donde tenían trajes con muchos pinganillos" (el vocablo pinganillo o pingo se utiliza para llamar a los muchos trozos de trapo, a modo de jirones, de colores variados que penden del traje de Jarramplas) La confección de los trajes en otro tiempo era cosa de los mismos niños; en la actualidad generalmente son las madres y abuelas las que hacen los trajes. Algunos piornalegos, de apenas cuarenta años, aún recuerdan haber pasado varias tardes con mis amigos, "cosiendo pingos como descosíos", incluso en un tiempo como aquel en el que estas tareas se asociaban exclusivamente a las mujeres, y las cuales no se consideraban demasiado apropiadas para los hombres. El deseo de jugar a Jarramplas estaba por encima de este tipo de planteamientos, que si en otros momentos podrían ejercer alguna influencia sobre el comportamiento de los niños, en este la perdían por completo. Se conseguían los pingos de trozos de trapo que uno encontraba en su casa y en los rebuscaeros (lugares donde la gente echaba la basura, muy frecuentados por los chavales, esperando encontrar en ellos algo de valor para sus intereses, cosa que casi siempre ocurría), luego estos eran cosidos pacientemente con aguja e hilo a algún pantalón y chaqueta de pijama. La calidad del cosido no solía ser excesivamente buena, de ahí que cada día, después de unas horas de juego, hubiera que echar otro rato para coser los pingos que el traje iba perdiendo de vez en cuando. En estos últimos años se ha añadido a esta vestimenta el peto, pieza fundamental de la reciente armadura que los niños han conocido desde que tienen uso de razón, aunque se trate de una pieza usada desde finales de los años ochenta. El peto utilizado por los niños es una pieza generalmente de cartón, y en alguna ocasión llega a ser sustitutiva del traje, de tal manera que te puedes encontrar un Jarramplas infantil con máscara, tamboril y peto. Sea una u otra la indumentaria que utilizan, y la hayan conseguido de una u otra manera, lo cierto es que la dedicación a estas labores por parte de los niños ha sido muy intensa en los días siguientes a Reyes. Concluidos los preparativos el grupo de niños se echa a la calle a jugar a Jarramplas. Generalmente se agrupan niños y niñas, de distintas edades que van de los 4 a los 12 años aproximadamente "se hacía de chiquinino y al pasar a cuadrilla, se dejaba", "hasta sexto o primero de la ESO más o menos", del mismo barrio. Suelen ser colectivos que trascienden a la pandilla o grupo de amigos, entre otras cosas porque a estas edades, las pandillas están constituidas muchas veces por miembros del mismo sexo y edades similares, mientras a Jarramplas, como ya hemos dicho, juegan niños y niñas de diversas edades en el seno de un mismo juego. Nuevamente aparece el factor de cohesión intergrupo, que si antes lo mencionábamos asociado a la variable barrio de procedencia, ahora lo hacemos para añadir las variables edad y sexo. Es decir, el juego sociodramático que los pequeños realizan asociado al ritual festivo de Jarramplas contribuye a establecer y fortalecer lazos entre diferentes grupos creados originariamente en función del lugar de procedencia (niños de uno u otro barrio), del sexo (niños y niñas) y de la edad (niños más pequeños y mayores), y solapados en un solo grupo a la hora de tirar a Jarramplas. Respecto a la edad se puede hablar de un hecho diferencial como es la posibilidad o no de vestirse de Jarramplas. En principio todos pueden vestirse un rato, pero se trata de una opción sólo entre los mayores dentro del grupo "se visten los más grandes", "a los chicos no dejaban vestirnos". Es una situación que se da en otras tantas actividades infantiles, así por ejemplo, son los de más edad del grupo los que suben a un árbol a ver qué tiene el nido recién descubierto, los que tiran los penaltis en el fútbol, etc.. A medida que los mayores del grupo van superando la edad del juego infantil, los más pequeños van escalando posiciones en el grupo, siendo ahora ellos los que asumen la responsabilidad de organizar el juego y vestirse de Jarramplas, siendo otros de menos edad incorporados al grupo a los que corresponde tirar, pero no vestirse. A medida que los chicos y chicas van llegando a cierta edad, en torno a los doce años, lo que corresponde a 1º de la ESO, más o menos, comienzan una transición hacia una nueva situación social: dejan de ser niños y se incorporan al colectivo de adolescentes que van a tener el privilegio de poder tirar a Jarramplas en los días del auténtico ritual, sin necesidad de estar bajo el auspicio de un adulto. Ahora ya, a diferencia de los niños, esperan como el resto de piornalegos a los días 19 y 20, para enfrentarse al Jarramplas de verdad, para salir con sus amigos, sin sus padres cubriéndoles las espaldas. Jarramplas constituye en cierto modo una de las fases del rito de paso de niño a adolescente, con una, llamémosla presentación en sociedad del nuevo joven, valiente, capaz de enfrentarse a Jarramplas, socialmente integrado, participando de las actividades de la comunidad, y autónomo, capaz de desenvolverse en un entorno masificado sin la ayuda de sus padres. En cuanto al sexo hemos de decir que la incorporación de las niñas al juego de Jarramplas es relativamente reciente, siendo sólo a partir de los años ochenta, aproximadamente, cuando juegan conjuntamente niños y niñas. Quizá el proceso de coeducación iniciado en los centros educativos a inicios de los setenta en Piornal, con la presencia de niñas y niños en el mismo aula, constituya la explicación a este hecho. Lo cierto es que hasta estos años las niñas no jugaban a Jarramplas "las muchachas como mucho miraban", "las muchachas no jugábamos a Jarramplas, jugábamos al corro, al tute y a unas muñecas que hacíamos con dos palos en cruz, que rellenábamos de trapo", "los muchachos jugábamos a Jarramplas, las muchachas a otras cosas". En las últimas décadas las niñas sí participan en el juego, ahora bien, nunca se visten; es como si tuvieran los mismos privilegios de los pequeños del grupo, y asumieran su mismo rol: niños mayores por un lado, organizando el juego y vistiéndose de Jarramplas, y niñas y niños pequeños por otro, participando en el juego, pero no en su organización, en la que se incluye vestirse de Jarramplas. La idea de poder vestirse de Jarramplas, es decir de poder ser Jarramplas, viene a ser privativa de los niños a partir de cierta edad, que viene a estar en torno a los siete años aproximadamente. Estaríamos en ese límite de edad en la que algunos autores sitúan el paso del periodo de pensamiento mágico y fantasioso, propio de la etapa preoperacional, al de pensamiento más realista "cuando les preguntas ¿quién va a ser Jarramplas? entre los alumnos de 1º ó 2º, incluso 3º, puede aparecer alguna niña que levante la mano. En los cursos siguientes ya son más realistas y ninguna la levanta". Las niñas no se visten pero realizan otras tareas en la línea de las que llevan a cabo las mujeres durante el ritual propiamente dicho. De esta manera podemos encontrarnos a niñas tirando a Jarramplas, cantando la Rosca y las Alborás o haciendo el Regocijo, "las muchachas van detrás tirando y cantando", "nosotras tiramos y cantamos la Rosca y las Alborás", "las muchachas no se visten, cantan la Rosca", "jugamos con los muchachos (...), cantamos la Rosca, y hacemos el Regocijo". En estos días previos al ritual pues, niños y niñas tras los pertinentes preparativos, comienzan a jugar a Jarramplas. Las diferentes barriadas del pueblo asisten impávidas, como cada año, a una explosión de juego por unas calles que llevaban algún tiempo un tanto olvidadas por parte de los niños, debido fundamentalmente al frío y las precipitaciones, las bajas temperaturas, las pocas horas de luz y las tareas escolares. En las frías tardes de enero es corriente oír por las calles de Piornal el sonido sordo de un tamboril, acompañado de voces infantiles, generalmente de intensidad ciertamente alocada, y si te acercas, ver reproducidas imágenes, aún presentes en muchas retinas, de las ediciones anteriores del ritual. Andando, arrogante y amenazadora, una figura de Jarramplas, con su máscara, su traje y su tamboril, todos un tanto empequeñecidos, se desplaza por las calles asiduamente visitadas por cada grupo de pequeños en sus juegos habituales. Cerca de Jarramplas, un colectivo de niños y niñas le tiran, sin piedad, pedazos de nabos, patatas, etc. Tradicionalmente los niños en sus juegos tiraban a Jarramplas tronchos, es decir la parte interna de la mazorca de maíz una vez desgranada "se le tiraban panochas degranás", "tronchos de los panizos" (panizos es el nombre que reciben en Piornal los granos de maíz). El ciclo de maíz en estas altitudes comenzaba con la siembra en Primavera y concluía con la recogida, bien avanzado el otoño. Después de unos días cogido, a medida que se iba secando, se comenzaba a desgranar, muchas veces al anochecer, al calor de la lumbre. Solía ser una tarea colectiva en la que participaban desde los niños a los más viejos, que generalmente llevaba aparejada una buena dosis de cuentos, historias, leyendas, romances y otros contenidos de la tradición oral, y que contribuían sin duda a amenizar las veladas nocturnas y hacer más agradable el monótono desgranar, además de la siempre interesante función de transmisión de información y enculturación. Los panizos, o sea los granos de maíz, se utilizaban para el ganado (cabras, gallinas, etc.), sin embargo los tronchos, desecho de la actividad, bien eran pasto de las llamas o bien se tiraban, siendo estos los que los niños recogían para sus juegos. Uno de estos juegos era por supuesto Jarramplas, aunque no el único; con tronchos también se jugaba a la calvotá, que básicamente consistía en hacer dos equipos y jugar a tirarse tronchos (a veces piedras), o en la confección de aviones, en los que el troncho hacía de fuselaje y unas plumas de gallina, de cola. Como quiera que los tronchos secos apenas pesaban, y por lo tanto "no dolían", no era raro que se mojaran en agua "se dejaban en agua dos o tres días antes. Secos, como no pesaban, no hacían nada" , "a fulano como se hacía el valiente, mojábamos los tronchos en la cañera". No tenía sentido para estos niños tirar a Jarramplas algo que no produjera dolor. Utilizar proyectiles que pudieran hacerle daño resultaba prácticamente una obligación, tanto para el que tiraba "se los mojaba bien de agua para que doliera, si no, ¿para qué ibas a tirar?", como para el que se vestía de Jarramplas "es que si no te duele algo, es como si no te vistieras". A un niño de cinco años le oímos gritar desde dentro de la máscara, mientras otros niños le tiraban mansamente "¡tirar más que no duele!". Esta búsqueda de un cierto grado de dolor ha llevado a los niños a tirar a Jarramplas en sus juegos, además de tronchos mojados, patatas, troncos de col, piñas de pino, cáscaras de naranja, etc. y por supuesto trozos de nabos o nabos de pequeño tamaño. Se trata en todos los casos de desechos, como es el caso de los tronchos, troncos de col, cáscaras de naranja o piñas, o de piezas pequeñas dentro de las cosechas de tubérculos aún susceptibles de ser utilizados como alimentos para los animales, es decir las patatas y los nabos. En la actualidad con la práctica desaparición de la cabaña ganadera en Piornal, ya hace algunas décadas que prácticamente dejó de cultivarse el maíz, por lo que los niños ya no tiran tronchos a Jarramplas, aunque sí tiran de lo demás. Los días posteriores al ritual, en los que se repite este juego entre los pequeños, algo cambia en cuanto a lo que se tira a Jarramplas. La fiesta ha dejado esparcidos por el suelo grandes cantidades de trozos de nabos, rotos en pedazos tras impactar en las duras protecciones que recubren el cuerpo de Jarramplas o en las paredes de las viviendas. Una vez concluida esta, antes de que los encargados del Ayuntamiento barran las sucias calles del pueblo, los niños recogen en bolsas algunos de estos trozos de nabos. Ahora ya sólo se tiran estos. Una bolsa, a veces una pequeña carretilla de plástico, hace las veces del vehículo (una ratona) en el que los quintos portan los nabos que durante la fiesta se tiran a Jarramplas. Resulta muy curioso observar como los niños cuidan los detalles en la reproducción de ritos, hasta el punto de que en alguna ocasión puede presenciarse a unos cuantos niños acercarse con una carretilla cargada de pedazos de nabos, utilizando expresiones escuchadas a los quintos, imitando con su voz el ruido de la ratona, basculando la carretilla como si de aquella se tratara, etc. La aparente performance (parece una representación del ritual, aunque los niños no lo viven como tal representación, sino como una auténtica realidad) es muy completa. Se viste a Jarramplas, se le tira, se le quita la máscara y se le aclama, pero también se canta la Rosca, las Alborás, el Regocijo y a veces hasta la Ronda. Quedan ausentes en el juego las manifestaciones del ritual asociadas más directamente con San Sebastián y su imagen, como vestir al Santo, sacarle en procesión y las pujas por meterle en el templo y subirle al trono. Resulta un calco de la realidad festiva la tendencia a ser los niños los que se visten de Jarramplas y las niñas las que cantan la Rosca; el resto es cosa de todos, especialmente tirar "nosotras no nos vestimos, solo tiramos y cantamos la Rosca", "las muchachas iban detrás, tirando y cantando". Lo cierto es que se tiende a dar un mayor protagonismo en estos juegos a los niños que a las niñas, posiblemente el mismo que ellos perciben en el ritual que llevan a cabo los mayores y que viene a coincidir con una visión un tanto superficial y manifiesta de lo que se nos presenta a nuestros ojos. Resulta curioso que cuando preguntas a la gente mayor de pueblo su opinión sobre Jarramplas en la actualidad, la mayor parte de ellos se quejan de que antes Jarramplas era una fiesta para los niños, mientras ahora tira todo el mundo. Lo cierto es que si los niños hubieran sido los auténticos protagonistas del ritual, quizá no hubiera tenido ningún sentido este juego sociodramático anterior y posterior a este. Sin embargo hasta los más viejos del lugar reconocer haber jugado a Jarramplas, lo cual nos hace poner en duda ese protagonismo atribuido a los pequeños. Es verdad que al empezar la fiesta, hasta hace unos años, todo el mundo oía bien claro, por boca de tío Constancio el alguacil, aquello de: "De orden del señor Alcalde, se hace saber que nadie sea osado de tirar a Jarramplas mayores de 14 años, lo que se hace público para general conocimiento y después no aleguen ignorancia de ninguna clase. ¡Fuera mosquito!" y es cierto que algunos mozos sorprendidos tirando a Jarramplas eran conducidos al Ayuntamiento donde solían llevarse una buena reprimenda, pero también es cierto que la gente ha tirado con más de catorce años desde siempre. Algunos informantes preguntados sobre este asunto a veces suelen entrar en contradicción. Veamos un ejemplo entresacado de una conversación que mantuvimos con un informante de unos sesenta años:
Inv.- Investigador
Inv.- Entonces antes solo tiraban los muchachos, ¿no? En este caso concreto (y en algunos más que he podido constatar en mis entrevistas) se observa como este informante asegura que antes no se tiraba a Jarramplas con más de catorce años, y recuerda haber tirado mucho a un Jarramplas determinado, de un año concreto; lo que no se plantea es que en esa edición de la fiesta él, y seguramente sus amigos, ya contaba con 21 ó 22 años, o sea, sí se tiraba con más de 14 años. Para no alargarnos más, podemos concluir que los niños sólo son y han sido los auténticos protagonistas de Jarramplas los días previos y posteriores a los del ritual propiamente dicho, quedando en un segundo plano, los días 19 y 20 de enero. Con su juego, los pequeños reproducen con gran exactitud los comportamientos que perciben en los adultos, constituyendo este una actividad altamente positiva en cuanto a su carácter facilitador de la cohesión de grupo, potenciándose esta a diferentes niveles: entre los niños de un mismo barrio, entre niños de barrios diferentes, entre niños de diferentes edades, y entre niños de diferente sexo. Desde una perspectiva evolutiva, se observan diferencias notables en cuanto a la adquisición de los materiales que se utilizan en el juego, con la tendencia actual en los adultos, como ocurre en otras situaciones, a limitar las potencialidades de los niños dándoles todo prácticamente hecho. Jugar a Jarramplas es casi una obligación social para los niños piornalegos. Se trata de un juego que se puede presenciar en las calles del pueblo los días previos y sobre todo los posteriores a la fiesta, y que nos ofrece garantías de salud y futuro para ésta, hoy día, sin duda, uno de los principales elementos de la identidad piornalega. En los últimos años se observa un decaimiento de este comportamiento: los niños juegan a Jarramplas cada vez menos. La búsqueda de información sobre este hecho se hace necesario para dar más luz sobre la relación entre los niños y Jarramplas, pero esto será materia de otro artículo.
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