Jarramplas
Tiempo de fiesta en Piornal

Sebastián Díaz Iglesias
Enero de 2003

Jarramplas

Es tiempo de fiesta en Piornal, de fiesta grande, de esas de las que los lugareños definen como "la mejor de todas sus fiestas", la que reproduce y reafirma identidades colectivas como ninguna otra y, ante todo, la que hace a los piornalegos ser más piornalegos si cabe.

En Piornal, el calendario ha parado su cronómetro de la cotidianidad en los días 19 y 20 de enero, porque como cada año, cuando arrecia el frío, cuelgan de los tejados los carámbanos de hielo y muchas veces se tiñen de blanco de nieve las calles del pueblo, es tiempo de fiesta, es tiempo de Jarramplas.

Los preparativos que se iniciaron allá por el mes de octubre, están ultimados, lo que confiere a la casa del Mayordomo ese aspecto de museo etnográfico temporal, puesto en marcha para la ocasión. Ya están listas las cinco máscaras, otros tantos tamboriles y los dos trajes confeccionados para esta edición de Jarramplas. Sólo algunos detalles faltan para completar todo lo preciso en la preparación de las comidas de estos días, además de troceados los más de cuatrocientos panes para las migas ofrecidas a toda la comunidad, piornalegos y forasteros. Los ensayos musicales de la Rosca, las Alborás y la Ronda han dado comienzo. Los doce mil kilos de nabos que este año se utilizarán contra Jarramplas están a buen recaudos en dependencias del Ayuntamiento. La maquinaria ritual está en marcha y apenas queda tiempo para que eche a andar con las primeras luces del domingo día 19, cuando se saldrá a realizar la petición de ofrendas para San Sebastián, rito con el que da comienzo la fiesta.

Luis N. Leandro Ramos "Fiti" y J. Daniel Vicente Fernández, son los dos piornalegos que van a ser Jarramplas en esta edición de la fiesta, además de encargarse personalmente del ejercicio de la mayordomía. Casi nada, además de poner su tiempo para organizar la fiesta, su cuerpo para soportar los casi cuarenta kilos de su indumentaria y el impacto de cientos de nabos, y su mente para sobrellevar la presión que la comunidad y las ganas de hacerlo bien ejercen sobre ellos, aún habrán de poner de su bolsillo los euros que se gasten para el ritual "Cada máscara te sube de los ciento veinte euros, y son cinco; si además sumas los demás gastos de preparativos y de las comidas, todo se te pone en un buen pico".

Sólo una fuerte motivación puede haberles llevado a tomar una decisión tan importante, como la que Luis y Dani tomaron hace ya diez años "Nos apuntamos en el noventa y tres, pero ya por entonces había una lista de espera muy larga". Contaban entonces con diecisiete años y ya se planteaban ofrecer a la comunidad algo que ésta les estaba proporcionando a ellos "Nos apuntamos porque nos gusta mucho la fiesta, y queremos dar a la gente lo que nosotros hemos disfrutado en Jarramplas". Lo cierto es que ambos manifiestan sentirse muy ilusionados y unos privilegiados por poder ser Jarramplas, y ello compensa con creces el dinero gastado, el trabajo realizado y los golpes recibidos.

También las Mozas de la Rosca han dispuesto ya la que habrá de ser su indumentaria del día 20, cuando se presenten ante el Santo a cantar su vida y realizar las pertinentes peticiones: refajo, jubón, pañuelo de ramo y demás prendas de la vestimenta femenina tradicional. Son jóvenes piornalegas, amigas de los dos Jarramplas, que llevarán durante los días de ritual el protagonismo en el importante componente musical de éste; y junto a ellas, ejerciendo el contrapunto musical, de género y de edad, el niño que repite (David Ramos Salgado).

Una de estas cantoras, Ana Beatriz Prieto Calle, es además la mujer de Jarramplas, esa persona que, generalmente en la sombra, sobrellevará, con la mente puesta en su marido, los momentos más duros que el ritual haga vivir a éste, y cuya recompensa final será un "por fin todo ha acabado y ha acabado bien". Es éste, sin duda, un ritual para hombres y mujeres, ya que si bien ellos tienen el privilegio de servir a Jarramplas, les corresponde a ellas fundamentalmente el de servir al Santo, al margen de esto, hombres y mujeres pueden tirar a Jarramplas, cantar las Alborás, portar las andas del Santo, asistir a los actos religiosos, acompañar en el Regocijo, degustar las migas, participar en las subastas, etc.

Es tiempo de fiesta en Piornal, de fiesta con indudable sabor añejo, de esas cuyos orígenes se pierden en el tiempo, como se pierden aquellos que tratan de descubrirlos. ¿Quién iba a decir a los piornalegos, hace apenas treinta años, cuando rituales como Jarramplas, andaban en horas bajas, con apenas gente que quisiera desempeñar los papeles protagonistas de la fiesta, que hoy día pudiera haber una larga lista de espera para ser Jarramplas y Mayordomos?, ¿Quién nos iba a decir en aquellos años que tras resistir las terribles envestidas que la modernidad realizó contra todo lo que pudieran llevar asociado el vocablo tradicional, la fiesta de Jarramplas iba a revitalizarse de tal manera que, a inicios del nuevo siglo, íbamos a encontrarla con tanta fuerza como hoy la encontramos?. Pero así ha sido, y ello nos ha dejado una fiesta de la que los piornalegos se sienten orgullosos, algo que comprenden perfectamente los turistas que en estos días se acercan por este pueblo serrano.

Y es que el turismo es uno de los elementos que en los últimos años más se está dejando sentir en Piornal en tiempo de Jarramplas, especialmente desde que ésta fue nombrada Fiesta de Interés Turístico Regional. Esta fiesta es, sin duda, una recreación para los sentidos de estos turistas. La vista, aún sin mostrarnos ese colorido propio de los típicos días de fiesta, materializado en banderines, adornos en ventanas y balcones, etc., recibe el estímulo de la seducción del traje multicolor de Jarramplas y su enigmática y aterradora máscara, de las gentes que se mueven a oleadas de un lado para otro con una vestimenta que poco recuerdan a las ropas nuevas recién estrenadas, del misterioso atavío de puertas, ventanas, cristaleras y algunas fachadas a partir de maderas, cartones y mantas de recoger aceitunas, cientos de fragmentos de nabos esparcidos por doquier y en muchas ocasiones el blanco manto de la nieve compartiendo protagonismo con las viviendas de piedra.

El oído recibe mil impresiones diversas en forma de sugestivos cantos modales a San Sebastián, alegres tonadas de ronda, el quejido del parche del tamboril, el sonido de los nabos al romperse en pedazos tras cada impacto, además del griterío, los cohetes y las campanas que tiñen el ambiente de sonidos festivos. Al olfato llega sobre todo ese característico olor a nabo roto que apenas percibe el piornalego y tanto impresiona la pituitaria del turista. Sabe en estos días Piornal a migas que, recién estrenado el día 20, se reparten a todo el que tenga a bien ir a degustarlas a uno de los locales que la cooperativa tiene en el pueblo, acompañadas de dulces, chorizo y vino. Por fin el tacto genera inicialmente sensaciones de frío, propias de esta época en Piornal, que poco a poco se van suavizando mientras se focaliza la atención en otras sensaciones más fascinantes y atractivas, impregnadas de indudable sabor a fiesta.

Es tiempo de fiesta y Piornal entero se echa a la calle para tirar nabos a Jarramplas, sobre todos los más jóvenes, o simplemente para observar sus evoluciones y las del gentío, mientras algunos, los de más edad, recuerdan nostálgicos su Jarramplas de antaño, ese que, según su discurso, tan poco tiene que ver con el que tienen ante sus ojos, aunque es éste, el de ahora, el auténtico Jarramplas para los que lo ven por primera vez y lo viven en este tiempo presente. ¿Qué extraño impulso será ese que mueve a los piornalegos a lanzar nabos a Jarramplas como si estuvieran poseídos por una diabólica fuerza que les obliga a castigarle sin descanso?, más aún, ¿cómo puede explicarse que lo hagan aún sabiendo que es un hombre el que va dentro del traje y la máscara: su paisano, quizá su amigo, o su primo o su mismo hermano?. Una pregunta sin respuesta, aunque algo sí tienen claro los piornalegos: no se tira a la persona, se tira a Jarramplas, que es bien distinto.

Lo cierto es que algo debe tener esta conducta porque los mismos turistas la aprehenden a poco de estar en la fiesta y también se unen a la lapidación como si de una cuestión personal se tratara. Pero también salen los piornalegos y les acompañan estos turistas a los actos religiosos asociados al mártir San Sebastián, que en estos días también celebran en localidades extremeñas como Acehúche o Portezuelo, por mencionar algunas como ejemplo de todas ellas, y a las que los piornalegos desean disfruten de sus respectivas fiestas como ellos pretenden disfrutar de la suya.

Es tiempo de ir a ver bajar el Santo de su hornacina y vestirle con saetas que simbolizan su martirio, la banda y el ramo de rusco, cortado para la ocasión, que llevará a su espalda los dos días; es tiempo de alborada nocturna, mágica y envolvente, de procesión, misa y besapiés, con la devoción propia de unas gentes que tienen en San Sebastián a su Santo, para ellos, el más hermoso, desnudo y humano; es tiempo de pujas en subasta pública para meter al Santo en la iglesia y subirle al trono, con un mantenido y oculto sabor a manda y promesa; es tiempo en definitiva de dejarse subyugar por esa muchas veces inexplicable religiosidad popular, más intensa y sentida que la liturgia convencional, aún a pesar de que vivimos tiempos de franca secularización para muchos rituales.

Pero aún hay más, porque todo tiempo de fiesta en Piornal lo es asimismo de ir a los bares, de degustar migas, de disfrutar con la presencia de rondas por las calles del pueblo, de reproducir una vez más la identidad de pueblo que emana a borbotones en esta fiesta, y a la vez de abrirse a los forasteros a los que se invita a disfrutar igualmente de ella.

Un año más, Piornal se muestra a los demás pueblos con su cara más risueña, la de la fiesta de Jarramplas. Ahora que los cerezos duermen la letanía del invierno, y los piornalegos olvidan por un momento la dureza del trabajo de la tierra y su dependencia extrema de las condiciones meteorológicas, Piornal abre sus puertas de par en par y se muestra más acogedor que nunca, para todo aquel que desee pasar en sus calles, en sus casas y con su gente, este tiempo de fiesta, este tiempo de Jarramplas.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2003